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Ya pasaron tres días desde que Elizabeth se fue, y no tengo noticias de ella. La llamé varias veces en estos días, le escribí a su correo, hasta le mandé mensajes a través del estúpido whats (lo odio, al cabrón) y nada. Ni una sola y miserable respuesta. Es más, ¡me dejó en visto! ¿Es que ni siquiera soy digno de eso, de obtener una respuesta? ¿De saber cómo está? ¿Si le puedo ayudar en algo? No se vale. Yo la pienso. La pienso mucho. Y lo hago bien, verdad buena que sí. Bueno, casi siempre… Está bien. A veces le dedico algunas… ¡Me sacas de onda, Elizabeth!

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Después de la última lectura de mis poemas en el “Garganta de Lata”, en donde hubo bastantes mentadas de madre, me puse más borracho de lo que ya estaba al comenzar la lectura, pues no fue mi noche: se me cayeron las hojas en donde traía mis poemas, unas se me perdieron, otras se quemaron, me aventaron una botella de cerveza (¿qué necesidad había de desperdiciarla de esa forma, pudiéndola beber?) Además, ya va más de una semana desde que se fue Elizabeth, y sigo sin saber nada de ella. ¡Ah! Pero eso sí. En su Insta publica fotos en donde se le vé muy feliz. ¿Pues no que se fue porque su abuela estaba mal de salud? No me ghostees, Elizabeth. No me hagas esas chingaderas a mí… Por favor.

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Estoy en la agencia. Ya no estoy tan molesto conmigo. Al fin entendí que no es culpa mía que Elizabeth no me conteste. Es algo que no puedo controlar, aunque eso no lo hace menos doloroso. Pero no todo es malo, para mí. Hace una semana conocí a una chica, Rosa Isela (Rosita) trabajando en una producción para uno de los clientes de la agencia. Alguna vez ví a la chica, pero nunca le puse atención. Hasta hace poco. Nos conocimos, salimos, nos besamos, pero por alguna razón, nunca terminé en su entrepierna. Y no porque yo no quisiera. Siempre me dejaba “firme” y con “dolores de cabeza”, después de estar con ella. Creo que eramos novios. Al menos así se sentía. Nos contábamos cosas y nos consultabamos. Teníamos vida de pareja, pues, sin vivir juntos. Me estaba enamorando de ella, con un amor limpio y sincero desde… sí, desde Elizabeth. Una vez, tuve una pelea con Rosita y nos distanciamos. Un par de días después, la ví con otro de los ayudantes generales, muy abrazaditos, muy cariñositos. Los seguí por el almacén, más que nada para hablar con ella. Quería saber en qué punto estaba nuestra relación. Y sí, lo supe sin lugar a dudas cuando los encontré y ella tenía la verga de él en su boca mientras se la chupaba. Éste recabrón alzó la mirada, y mientras con la mano derecha empujaba más y más la cara de Rosa en su entrepierna, con la izquierda me hizo la señal de la “victoria”. Qué cabrona eres, Rosa. ¿Por qué me abandonaste, Elizabeth? ¡¿Por qué?!
Regresé con Joshua, uno de mis compas.
-¿Qué tienes, Javo?
-Pinche Rosa. Se la está chupando al hermano del Iván, allá atrás en el almacén.
-No mames, Javo. ¿Por eso haces tanto pedo?
-¡No mames tú, Joshua! La chica que quiero está teniendo sexo con otro cabrón.
-Relááájateee, Javooo -me dijo Joshua muy jovial-. Tomalo por el lado amable. La cama de Rosita tiene más huellas que una playa en pleno verano, y su teléfono es de dominio popular. ¿Cuántas veces te la tiraste?
-La neta, ninguna.
-Ahí está, cabrón. No te vas a tener que poner inyecciones de penicilina por culpa de la sífilis o la gonorrea. Vas a ver como en no más de unos días, al hermano del Iván se le cae el pito. Ya verás…
-¿Por?
-¡Pues porque esa chica tiene el culo radioactivo, Javo! Por poco engrosas las filas del club de los “hermanos Carnation”
-¿Qué?...
-¡Hermanos de leche, cabrón! Por poco  te toca revolver la nata de cuánto hijueputa… no te pierdes de nada. Además, ya no aprieta.
-No seas cabrón, Joshua.
-¿Cabrón yo? ¡Cabrona ella por pinche cascos ligeros!... Ya wey, no te pongas al pedo. Mejor vamos al Garganta de Lata a echar unos tragos. ¿Recuerdas lo que siempre te he dicho?
-Sí, wey. “La cosecha de mujeres nunca se acaba”.
-Exacto, cabrón. Nunca se acaba. Ya me darás las gracias por haber salvado tu cosa de una amputación y poder hacer gozar a las nenas que vienen.
Y cuánta razón tenía el pinche Joshua. Seguiría conservando mi tilín por mucho, mucho tiempo más. Y de lo otro, no sé.