Después de esa primera vez con Elizabeth, comenzamos a salir más o menos seguido. A veces iba a su casa o ella iba a la mía. A mi me gustaba cuando iba a su casa, porque si algo se torcía y nos enojábamos, me podía largar de ahí al momento. Llegados a éste punto, nunca había terminado en su entrepierna. Yo lo deseaba mucho, pero por cualquier razón, nunca se consumó. Pero no me importaba. La verdad es que yo la pasaba muy bien con ella. Hasta que un día me dijo que tenía que regresar a su tierra, Monterrey; debido a que su abuela se encontraba muy mal de salud y posiblemente no duraría mucho más en este plano terrenal.
-¿A qué hora sale tu vuelo? Te puedo llevar al aeropuerto.
-Me voy muy temprano, Javi; no quiero molestarte.
-No hay tal. Quédate en mi casa y así nos vamos de ahí al aeropuerto. Está más cerca que de tu depa.
-Está bien.
-Pero ya sabes, solo tengo una cama.
-Eso no me importa, ya lo sabes -me respondió con una sonrisa.
Llegamos a mi lugar alrededor de las 8 de la noche, procedentes de su depa. Traía un par de maletas, muy grandes, lo que me indicaba que se iría por un buen tiempo.
-¿Por qué llevas tanta ropa? ¿Acaso ya no vas a regresar?
-Claro que regresaré. Sólo que no sé cuánto tiempo me tarde y no quiero estar durante todos estos días con la misma ropa.
Le preparé a ella un vodka tonic, y para mi una cerveza. Regresé con los tragos y al llegar frente a ella, el tiempo se congeló de repente. La ví en todo su esplendor sentada en mi sala, luciendo un hermoso vestido azul cielo, con los hombros descubiertos y los tirantes que salen del busto, cruzados alrededor de su cuello. Su cara irradiaba belleza, sensualidad y sencillez. Sul cabello castaño recogido en una cola de caballo, lo que le despejaba por completo su rostro. Tres lunarcitos cerca de su boca le daban un tono muy sexy, pero a la vez, tierno y dulce. Sentía que estaba loco de amor por ella, Elizabeth no se daba cuenta de ello o fingia muy bien que no lo sabía. Tenía las piernas cruzadas. Hermosas sandalias de tacón calzaban su humanidad. Solo de verla, cuando me miró y me sonrió, hicieron que tuviera una erección. Me senté a su lado, entre nervioso y embobado y tomamos nuestras bebidas. Encendí un cigarrillo y platicamos. Platicamos horas y horas, hasta que nos alcanzó la madrugada. Yo ya estaba algo borracho, y ella seguía tan fresca como siempre. Ahora o nunca, me dije. Me acerqué a ella y la tomé de la barbilla. La besé, de una manera muy tierna. Nuestros labios se juntaron y se acoplaron a la perfección. Metí mi lengua en su boca y la aceptó de buena gana. Pinche Javier suertudo, ya chingaste.
-Vamonos a la cama, Elizabeth.
-Sí.
Me adelanté a mi recámara mientras ella iba al baño. Me quité como pude la ropa y aventé al carajo mis calzones con la fuerza suficiente como para perder el equilibrio e irme de bruces al suelo. Creo que después de todo, si estaba mas que “solo” un poco borracho. Me metí a las sábanas desnudo, sin poder creer aún mi buena suerte. Al fin tendría sexo con Elizabeth. O eso creí. Ni bien apoyé la cabeza en la almohada, me dormí.